Nadie va a visitarla, pero no pasa nada, no es tan importante. Nadie se acuerda de ella, pero ni siquiera ella se da cuenta; está siempre tan ensimismada con los mínimos movimientos del día ahí fuera, al otro lado de la ventana, de los que la opacidad del cristal le permite ser una observadora anónima y constante. Nadie sabe que ella está ahí, en silencio, analizando cada detalle con suma dedicación como si esa tarea fuese de una importancia ingente, cuando en realidad no lo es, nadie se lo ha pedido y nadie le reconocerá jamás tal mérito, pero ni siquiera eso importa.
La vida se paró hace mucho tiempo a ese lado desde el que ocupa su puesto de observadora de la vida que sí existe al otro lado, donde las cosas se mueven, se transforman, y las personas van y vienen expresando en sus rostros más de lo que las palabras pueden decir, transmitiendo mensajes de alegría, amor, tristeza, duda, temor, necesidad, prisa, urgencia o neutralidad. Cada día se parece un poco al anterior, pero también trae cosas nuevas, imágenes, objetos, colores... cada día pasa de la misma manera desde donde ella está pero cambia tanto ahí fuera que hay momentos en los que si realmente se concentra es capaz de trasladarse mentalmente al otro lado y convivir con esa realidad, tocar las formas, vivir los colores, respirar las brisas y sentir la proximidad de otros seres anónimos.
Sólo a veces se siente parte del mundo cuando alguien mira de reojo hacia la ventana.
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